martes, 13 de octubre de 2015

VIAJE IMPRESIONISTA



PÍO BAROJA                               "LA DAMA ERRANTE"
La cancelación temporal (perdonáremos, no obstante, a la bendita lluvia como causante) de la VI Ruta Barojiana me dio felizmente pie para releer la inicial novela de la trilogía "La Raza", "La dama errante". Trabajo de don Pío que leí hacia octubre de 1981 (fecha, me atrevo a indicar, que fue de primera lectura de la obra según lo apuntado en la anteportada del libro que entonces compré). La memoria que, en estas horas ya de inicio del declive, no sirve para mucho más que almacenar datos y hechos casi siempre deslabazados, nada hizo por ofrecerme siquiera una pista de la trama y acción de la novela. Tuvo que ser la excelente introducción de Magdalena de Pazzi Cueto (recogida en el Tomo III de las Trilogías del autor vasco publicadas por la Biblioteca Castro), la que me puso de nuevo al tanto del entramado histórico en que se basa el guión narrativo de esta primera obra de la trilogía (que se completa, como es sabido, con las novelas "La ciudad de la niebla" y "El árbol de la ciencia").


Entramado que tiene como base histórica el atentado anarquista de Mateo Morral contra los ReyesAlfonso XIII y Victoria Eugenia ocurrido en Madrid el 31 de mayo de 1906, precisamente el día de la boda de ambos. Acción violenta que causó una impresionante conmoción en la capital de España y que, sería extraño que no ocurriera de otra manera, afectó también el ánimo y la sensibilidad de muchos habitantes de la ciudad, entre ellos la de un joven Pío Baroja que (desde hacía aproximadamente 10 años) ya era vecino de la villa.

Novela de grandes personajes y tipos y que, en base al hecho trágico que narra, pareciera que debería centrar la acción más bien en el autor de tal suceso que en otros protagonistas. Por el contrario (sin dejar de constituir a éste como uno de los ejecutores principales de la obra), queda relegado el autor anarquista Nilo Brull (trasunto del autor material Mateo Morral) al papel de un mero mecanismo de engarce con el resto de los personajes. Son éstos últimos intérpretes principales, entonces, los que se mueven en un paisaje urbano proclive a la recepción ideal del anarquismo (de ninguna manera dibujados como activistas en primera línea de la causa) y que, como consecuencia de una aparente aceptación de lo inevitable del hecho consumado (y de cierta responsabilidad encubridora), viven muy directamente los resultados del terrible atentado.

Son estos personajes dominantes el doctor Aracil y su hija María. El primero un fatuo profesional médico, reconocido en las tertulias y salones por su frase pretendidamente ingeniosa pero, como bien se encarga Baroja de reseñar, muchas veces vacía de sentido y contenido racional. La segunda (una mujer muy del gusto del autor donostiarra), libre en su formación académica, independiente en su criterio vital y, también pero de una forma que va progresando según transcurre la novela, decepcionada admiradora de un padre que demuestra menor valor y decisión en los momentos más duros. Iturrioz y Venancio, otros dos personajes señalados en la obra, ofrecen los tipos de contrapunto al carácter presuntuoso de Aracil y de sostén a la figura de María. El primero como tipo ingenioso, racional y decidido (no es baladí su apellido vasco al resaltar estos atributos...); el siguiente como hombre centrado en la ciencia, de bondad natural y cierta reclusión social aceptada.

Sin duda, si buena es la caracterización del Madrid de principios de siglo XX (en un Baroja que ya domina el realismo documental urbano de la época), mejor aun es el desarrollo posterior de la obra que, por necesidades de la huida de Madrid del padre y de la hija, se desarrolla entre el extrarradio de la ciudad y el itinerario planeado hasta la frontera portuguesa. Progreso de la novela que nos presenta, también con mucho acierto, tanto un conseguido intercambio de papeles, donde una supuesta fortaleza masculina cae ante la mayor inteligencia y disposición anímica de la mujer, como la necesidad del disimulo y el cambio de identidad que, mientras dure el camino hacia libertad, se necesita por razones de supervivencia. La inicial debilidad del padre irá desapareciendo en los momentos finales de la novela mientras que, se supone que remedo de la fragilidad física de la hija, el mayor desgaste corporal hará mella precisamente en ella.

Es ese viaje de Aracil y María (que les lleva a recorrer el camino entre Madrid y Portugal), el que les presenta como actores de los mejores momentos de la novela. Desde su primera y fingida reclusión pseudo-erótica en una sala de baile de la época, hasta la salida como prófugos de la ciudad, ya aceptada tanto su doble identidad como la farsa del papel que deberán representar a partir de entonces. Entonces es cuando Baroja, pueblo a pueblo, desde las primeras villas cercanas a Madrid, recorriendo las estribaciones meridionales de Ávila y el norte de Extremadura, nos acerca a la España rural profunda del inicio del siglo XX. Arrieros, peones, labriegos, venteros, guardas, leñadores, curas, terratenientes. Tipos todos que muestran la más de las veces la condición de un país sometido a la desidia del Estado, la fuerza del cacique y sus lebreles, el abandono del propietario y la miseria de los más. También la socarronería de un clero casi simpático, la golfería de los pillos de caminos, las fiestas y costumbres populares al filo, algunas de ellas, del salvajismo, los cantos folklóricos y el ladrar lejano de los mastines.


Baroja, acompañado de su hermano Ricardo y de Ciro Bayo, viaja por Extremadura en los primeros años del siglo XX. Esta experiencia le sirve para tomar notas de los muy numerosos lugares visitados y, al poco tiempo, culminar con éxito en 1911 la escritura de "La dama errante". Don Pío siempre se ufanó en calificar esta novela como "impresionista", fiel reflejo de los paisajes observados y de los sentimientos que los mismos le inspiraban. Así, de esa manera, aparece el Baroja mejor pintor cuando, pincelada a pincelada, va describiendo los mejores colores de la Sierra de Gredos (frontera monumental en los límites espaciales del viaje de los protagonistas), los vértices más angostos de los caminos (incluido el chispazo del casco de las caballerías contra las piedras de las majadas...), el olor de los pajares y el rocío de la hierba matutina,...el calor del hogar en las ventas y el estrépito líquido del río Tietar.

Por ponerle un par de peros a la novela; comentar el carácter forzado de la salvación "in extremis" que Venancio y el corresponsal inglés Gray realizan sobre la pareja protagonista del doctor Aracil y su hija. Quizás hubiera sido más interesante prolongar la aventura y buena (o mala) estrella de los personajes durante el trayecto final de su huida. También la ya casi manida impresión del carácter anodino y apagado del ciudadano tipo portugués, que Baroja expresa al final de la obra (cuando los protagonistas se recuperan en Coimbra antes de su viaje definitivo a Londres). Las mismas opiniones las expresó el Unamuno de la época, pero el bilbaino las fundamentó de una forma mucho más contundente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario