viernes, 23 de mayo de 2014

SALIENDO DE MADRID HACIA EL NORTE.





"HALMA"                                   BENITO PÉREZ GALDÓS
Para el lector de Galdós suele ser de interés el adentrarse en la secuencia temporal y narrativa de sus obras, cuestión que queda, por ejemplo,  meridianamente clara en sus "Episodios Nacionales",(con el ambicioso friso histórico que abarca gran parte del devenir de España durante el siglo XIX), pero que puede resultar de cierta complejidad cuando alguien se zambulle sin tal conocimiento en el resto de sus obras. Y afortunadamente puede saltar la sorpresa cuando, al cabo de un buen tiempo de lectura de un libro concreto,  nos enfrentamos, sin ese conocimiento previo aludido, al hecho de la continuidad temporal y narrativa de otro trabajo del mismo autor, leído inmediatamente antes. Tal me ocurrió durante el transcurso de la lectura de "Halma" que, si bien está datada (octubre de 1895) poco después de la culminación de "Nazarín" (mayo del mismo año), ignoraba en su conjunto que era la continuación de las aventuras y vivencias del protagonista de ésta última.

Y no solo se trata de una secuencia narrativa y temporal, la de "Halma" hilvanada a la sombra de los acontecimientos previamente narrados en "Nazarín", si no que esa continuidad se presenta al lector bajo la atrayente figura de una protagonista que funciona como un fiel contrapeso de aquél personaje que ocupó la acción principal en la novela anterior. Frente al actor de "Nazarín", presunto héroe de la abnegada santidad confundida con la locura, la actriz de "Halma", heroína y aristócrata traicionada por el destino y visionaria de un futuro en común con su "alter ego" masculino. Galdós, además, como arquetipo del más potente narrador de la literatura española moderna (valga esta acepción para cubrir un panorama que abarcaría los últimos 150 años) se sirve de la herramienta de una voz externa, como relatora interesada en dar a conocer la más cercana realidad de la historia que nos cuenta, y de la inclusión de la referencia al texto anterior, esto es, del propio relato de la novela de "Nazarín", (como conocimiento que poseen los protagonistas de "Halma") para refrendarla o, así ocurre en otras ocasiones, para desdeñar esa historia como falsa o incongruente.

Doblez, por lo tanto, constante en la estructura anímica y en el propio contenido de "Halma"; lo femenino frente a lo masculino, lo solamente presentido, la santidad de Nazarín, frente a lo ténuemente confirmado, la locura del mismo personaje, la fuerza visionaria de la protagonista de "Halma", que en ocasiones otorga a la narración un atractivo velo de misterio, frente a la robusta praxis de aquellos que se aferran a la realidad circundante, la huida de la ciudad hacia un norte lóbrego y descuidado, frente a una primera salida hacia un suroeste mísero e infectado. Todo ello calafateado en una suerte de aglutinante religioso que, manifestado vívidamente por el propio comportamiento y por el léxico de los principales corifeos y sus grupos de admiradores y seguidores, raya unas veces en la frontera de lo heterodoxo, otras en la cursilería de la sacristía y del parlamento de las damas catequistas. Dicotomía en la acción y en el sentimiento, tan así es que sentimos, al concluir la lectura de "Halma", como si el círculo real de la narración se hubiera cerrado; frente a la vida y milagros de un mismo Jesucristo en "Nazarín", la figura de una Santa Teresa de Jesús que pretende iniciar su camino de salvación en "Halma".

Y frente a los principales protagonistas de ambas novelas, ya de suerte que la acción de uno se confunde y complementa con la del otro, aparecen otros personajes que, unos repitiendo papel en ambas novelas, los demás como nuevos invitados, conforman todo un andamiaje de acontecimientos que se engarzan a la perfección dentro de un todo que presupone, casi al final de la narración, una especie de ruptura con "el orden establecido", retorno hacia una anarquía primaria que supondrá un castigo para las voluntades demasiado ambiciosas de algunos protagonistas, premio para la sencillez y la reducida expresión del amor familiar básico en otros. El matrimonio final de Catalina con José Antonio de Urrea, antiguo calavera que queda bajo el amparo de la primera (en un vertiginoso cúmulo de propósitos, más semejantes a una redefinición de un “complejo de Edipo” satisfecho), se utiliza como prueba definitiva de la personalidad beatífica, y también práctica, de un Nazarín que, a la luz de su último consejo, queda definitivamente redimido.


Excelente novela, pues, que quizás adolezca del magnetismo y del aura misteriosa de “Nazarín”, aunque bien es cierto que dispone de suficientes elementos para atraer y mantener la atención del lector. Las últimas imágenes nos ofrecen la visión de un paraje inventado, Pedralba, pedanía ruinosa ubicada hacia el occidente de San Agustín de Guadalix, donde Catalina y José Antonio se disponen a rehacer su nueva misión. El resto de los protagonistas se desplazan hasta Alcalá de Henares, un último viaje que cerrará para siempre su itinerario vital. Un poco más lejano en el tiempo nos queda el Madrid de “Misericordia”, pero eso ya son otras palabras, mayores.


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