"HALMA" BENITO PÉREZ GALDÓS
Para el lector de Galdós suele ser de interés el
adentrarse en la secuencia temporal y narrativa de sus obras, cuestión que
queda, por ejemplo, meridianamente clara
en sus "Episodios Nacionales",(con el ambicioso friso histórico que
abarca gran parte del devenir de España durante el siglo XIX), pero que puede
resultar de cierta complejidad cuando alguien se zambulle sin tal conocimiento
en el resto de sus obras. Y afortunadamente puede saltar la sorpresa cuando, al
cabo de un buen tiempo de lectura de un libro concreto, nos enfrentamos, sin ese conocimiento previo
aludido, al hecho de la continuidad temporal y narrativa de otro trabajo del
mismo autor, leído inmediatamente antes. Tal me ocurrió durante el transcurso
de la lectura de "Halma" que, si bien está datada (octubre de 1895)
poco después de la culminación de "Nazarín" (mayo del mismo año),
ignoraba en su conjunto que era la continuación de las aventuras y vivencias
del protagonista de ésta última.
Y no solo se trata de una secuencia narrativa y
temporal, la de "Halma" hilvanada a la sombra de los acontecimientos
previamente narrados en "Nazarín", si no que esa continuidad se
presenta al lector bajo la atrayente figura de una protagonista que funciona
como un fiel contrapeso de aquél personaje que ocupó la acción principal en la
novela anterior. Frente al actor de "Nazarín", presunto héroe de la
abnegada santidad confundida con la locura, la actriz de "Halma", heroína y
aristócrata traicionada por el destino y visionaria de un futuro en común con
su "alter ego" masculino. Galdós, además, como arquetipo del más
potente narrador de la literatura española moderna (valga esta acepción para
cubrir un panorama que abarcaría los últimos 150 años) se sirve de la
herramienta de una voz externa, como relatora interesada en dar a conocer la
más cercana realidad de la historia que nos cuenta, y de la inclusión de la
referencia al texto anterior, esto es, del propio relato de la novela de
"Nazarín", (como conocimiento que poseen los protagonistas de
"Halma") para refrendarla o, así ocurre en otras ocasiones, para desdeñar
esa historia como falsa o incongruente.
Doblez, por lo tanto, constante en la estructura anímica y en el propio
contenido de "Halma"; lo femenino frente a lo masculino, lo solamente
presentido, la santidad de Nazarín, frente a lo ténuemente confirmado, la
locura del mismo personaje, la fuerza visionaria de la protagonista de
"Halma", que en ocasiones otorga a la narración un atractivo velo de
misterio, frente a la robusta praxis de aquellos que se aferran a la realidad
circundante, la huida de la ciudad hacia un norte lóbrego y descuidado, frente
a una primera salida hacia un suroeste mísero e infectado. Todo ello
calafateado en una suerte de aglutinante religioso que, manifestado vívidamente
por el propio comportamiento y por el léxico de los principales corifeos y sus
grupos de admiradores y seguidores, raya unas veces en la frontera de lo
heterodoxo, otras en la cursilería de la sacristía y del parlamento de las
damas catequistas. Dicotomía en la acción y en el sentimiento, tan así es que
sentimos, al concluir la lectura de "Halma", como si el círculo real
de la narración se hubiera cerrado; frente a la vida y milagros de un mismo
Jesucristo en "Nazarín", la figura de una Santa Teresa de Jesús que
pretende iniciar su camino de salvación en "Halma".
Y
frente a los principales protagonistas de ambas novelas, ya de suerte que la acción
de uno se confunde y complementa con la del otro, aparecen otros personajes
que, unos repitiendo papel en ambas novelas, los demás como nuevos invitados,
conforman todo un andamiaje de acontecimientos que se engarzan a la perfección
dentro de un todo que presupone, casi al final de la narración, una especie de
ruptura con "el orden establecido", retorno hacia una anarquía
primaria que supondrá un castigo para las voluntades demasiado ambiciosas de
algunos protagonistas, premio para la sencillez y la reducida expresión del
amor familiar básico en otros. El matrimonio final de Catalina con José
Antonio de Urrea, antiguo calavera que queda bajo el amparo de la primera (en
un vertiginoso cúmulo de propósitos, más semejantes a una redefinición de un “complejo
de Edipo” satisfecho), se utiliza como prueba definitiva de la personalidad
beatífica, y también práctica, de un Nazarín que, a la luz de su último
consejo, queda definitivamente redimido.
Excelente novela, pues, que quizás adolezca del magnetismo y del aura misteriosa de “Nazarín”, aunque bien es cierto que dispone de suficientes
elementos para atraer y mantener la atención del lector. Las últimas imágenes
nos ofrecen la visión de un paraje inventado, Pedralba, pedanía ruinosa ubicada hacia
el occidente de San Agustín de Guadalix, donde Catalina y José Antonio se
disponen a rehacer su nueva misión. El resto de los protagonistas se desplazan
hasta Alcalá de Henares, un último viaje que cerrará para siempre su itinerario
vital. Un poco más lejano en el tiempo nos queda el Madrid de “Misericordia”,
pero eso ya son otras palabras, mayores.
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